Obrador presentó una iniciativa progresista que limitaba el poder desbordado de la industria minera en México. Organizaciones con años de lucha en el tema (i.e. Fundar, Cemda, Atzin, Oxfam México, etc.) la reconocieron como un avance histórico.
Sin embargo, de último momento, Adán Augusto acordó con las empresas mineras cambiar la redacción de la iniciativa para diluirla y mantener los privilegios de la industria.
El resultado es de oprobio. Se reduce la cantidad de utilidades que las mineras deben pagar a las comunidades, se elimina el pago de derechos por aguas de laboreo y se limitan las medidas de mitigación y remoción de residuos.
Obrador debería estar muy molesto con Adán, pero no es el caso. La pregunta es por qué Adán ha logrado convertirse en un caballo de Troya del poder económico dentro de Morena, al tiempo en que mantiene la confianza del Presidente.
La respuesta está en el tipo de liderazgo que ejerce Obrador.
El éxito político de Adán yace en que él comprendió, antes que muchos, algo que es evidente en la cotidianidad de la vida política mexicana, pero que los analistas no han visto: Obrador no es el líder controlador, omnipotente y omnipresente que asume la teoría del hiperpresidencialismo. Por el contrario, el Presidente es un líder bastante ausente, que comunica sus deseos mal y poco.
Obrador no tiene una máquina vertical y aceitada para transmitir sistemáticamente y de forma ordenada sus decisiones. Tiene un liderazgo carismático, pero poco estratégico, aislado y basado en principios que comunica de manera enrevesada.
Esto ha dado pie al surgimiento de brókers políticos o como a mí me gusta llamarlos, “emprendedores del presidencialismo”. Los emprendedores del presidencialismo capitalizan con la fantasía, ampliamente difundida, de que Obrador es controlador y omnipresente para venderse como portavoces de las decisiones del Presidente, traductores de sus deseos y oligopolistas de sus oídos.
En realidad, los emprendedores con frecuencia toman decisiones discrecionales para beneficiarse a sí mismos, e incluso llegan a traicionar máximas del Presidente. Su éxito yace en que nadie sabe si la traición fue validada por Obrador o no, y nadie tiene forma de comprobarlo.
Los emprendedores del presidencialismo nacen para suplir una demanda por liderazgo vertical. Los legisladores morenistas en su mayoría están perdidos y toman decisiones clave con base en su interpretación de la mañanera, los libros del Presidente o hasta rumores.
El problema es que López Obrador no comunica. Considera que la mañanera es instrumento suficiente para dictar instrucciones. No maneja a su equipo. Favorece acuerdos individuales y está alejado de actores clave en otros poderes. Además, delega con amplia discrecionalidad aspectos que le parecen poco importantes.
Los emprendedores obtienen su poder de tener una conexión que se percibe como fuerte y legítima con Obrador. Y de combinarla con incertidumbre. Nadie duda de que hablan con el Presidente, pero nadie sabe tampoco qué tanto.
Así, irónicamente, la hipótesis de que Obrador concentra el poder de un presidencialismo desbordado más que una realidad es una profecía autocumplida. La clase política opera bajo la premisa de que el Presidente toma todas las decisiones y con ello genera una demanda por instrucciones. Los emprendedores del presidencialismo suplen esa demanda con instrucciones imperfectas que la clase política asume legítimas.
El arma secreta de los emprendedores para mantener de su lado al Presidente es su aparente sumisión. Cuando lo contradicen y éste se da cuenta, dan razones para su actuar hablando un lenguaje Obradorista y de ser el caso, piden perdón y cambian curso. El secreto es que Obrador no siempre se da cuenta cuando lo contradicen, o no siempre quiere darse cuenta.
Viridiana Ríos
Columna publicada por primera vez en www.milenio.com el 24/04/23
