Guillermo Fabela Quiñones
Este año el Mes de la Patria será recordado por la conversión de los usos y costumbres de los grupos étnicos del país en política de Estado, por encima de lo que mandata la Carta Magna. Así se confirma, por si hiciera falta, que el régimen de la Cuarta Transformación camina en sentido contrario a la marcha de la historia. Afortunadamente, la tan esperada reunión del secretario de Estado del gobierno estadunidense con la presidenta Claudia Sheinbaum sucedió un días después, con el inconveniente de que las invocaciones al dios Tláloc desde el Zócalo capitalino, obligaron a que el alto funcionario fuera recibido con un fuerte aguacero, que no cesó desde el aeropuerto “Felipe Ángeles” hasta su hotel en Polanco, luego de un viacrucis de más de dos horas en el pesado tráfico capitalino, cuyas calles son semejantes a campos minados, por eso de los baches en calidad de albercas.
Por la mañana del lunes, paralelamente, se llevaron a cabo tanto la presentación, ante un selecto número de invitados, del primer Informe de Gobierno de la presidenta Sheinbaum, en Palacio Nacional, como la “limpia”, por selectos chamanes, de los nuevos titulares del Poder Judicial, ahora presidido por un descendiente de una etnia oaxaqueña, lo que no deja de ser un racismo al revés. Ambos eventos tuvieron como trasfondo la presencia virtual del ex mandatario; en el informe palaciego, en un video alusivo a sus días triunfalistas ante las masas, mientras la mandataria iniciaba su alocución; en la ceremonia de evocaciones prehispánicas, su recuerdo como “santón” del México que añora, por meras razones políticas y demagógicas, sus raíces ancestrales.
La mandataria dio lectura a su primer informe con una rotunda afirmación: “Vamos bien y vamos a ir mejor”, palabras que nos hicieron recordar los discursos de su antecesor, plenos de frases optimistas y autoelogios desafortunados. Se comprometió a “profundizar la transformación”, a no usar la fuerza contra el pueblo, permitir la mayor libertad de expresión y apuntalar “la paz y el bienestar” de las clases mayoritarias. Fue tan previsible su mensaje que lo más significativo de la ceremonia fueron las señales a la clase política morenista: sus principales representantes fueron sentados en lugares lejos del atril donde leyó su mensaje, en la quinta y sexta filas.
Sin embargo, la expectación de los concurrentes estaba en lo que ocurriría un día después, en la reunión con el secretario de Estado, no obstante saber que lo verdaderamente importante no se sabría en los medios ni tampoco que los acuerdos de fondo se hicieran públicos.
Lo más destacado en la jornada que marcó el inicio del segundo año de su sexenio, fue el arranque del nuevo Poder Judicial, pocas horas más tarde, con la presencia de la mandataria para dar carácter plenipotenciario a un régimen prácticamente libre de contrapesos (¿con la excepción del crimen organizado como tal?). Lo verdaderamente mediático fue la ceremonia esotérica en la que los nueve ministros de la Corte fueron objeto del ritual prehispánico, donde se invocó el espíritu de Quetzalcóatl y “la trasmutación que necesitan para ejercer su labor justiciera”.
La sombra del ex mandatario se mantuvo todo el día, no sólo en los discursos sino en la forma simbólica de ejercer el poder, como era característico en él, con el propósito de eludir el compromiso fundamental en un Estado de Derecho: el futuro de la nación. El Zócalo capitalino se llenó de copal, incensarios, mantras prehispánicos y alusiones al fundamentalismo al que deberán sujetarse en su quehacer como garantes de la justicia que sigue siendo asignatura pendiente para los pueblos indígenas, la mayoría de ellos dirigidos bajo sus usos y costumbres.
No importó, a los nuevos ministros de la Suprema Corte, que con esta ceremonia se estuviera quebrantando el espíritu laico del Estado mexicano, pues no de otro modo pueden interpretarse los simbolismos del ritual público, que conforme a la Carta Magna debería llevarse a cabo dentro de un templo. Pero en la situación prevaleciente, eso es “pecado menor”, dentro del caudal de aberraciones jurídicas que legó el ex mandatario para garantizar su modelo de gobernanza por tiempo indefinido. El caso es que la nueva Corte Suprema asume su responsabilidad con la mancha de la ilegitimidad, aunque así no lo haya visto el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que avaló el uso de los popularmente llamados “acordeones”.
Así, según los dirigentes del nuevo régimen, México aporta un modelo “democrático” sui géneris, que para el grupo en el poder está llamado a ser adoptado en el mundo, pues “asegura que el Poder Judicial sea representativo de la voluntad popular, con su voto en las urnas”; como si los diversos grupos étnicos del país no tuvieran derecho al voto. Lo que más llama la atención es que tal patraña se la crean, sin apenarse sino con una seriedad desconcertante, los funcionarios del mismo, desde los magistrados, jueces y hasta los miembros del organismo creado expresamente como órgano vigilante de la actuación, “apegada a Derecho”, de todos los miembros de la Judicatura.
El mes de septiembre de este crucial año 2025 será recordado, desde luego, por el reconocimiento expreso del secretario Rubio al cambio de la política de “abrazos no balazos”, al afirmar: “Jamás en la historia ha habido el nivel de cooperación que hay en este momento, cooperación al nivel que respeta la integridad y soberanía de ambos países”. Fue aún más explícito al señalar que “no hay gobierno que esté colaborando más en la lucha contra el crimen que el de la presidenta Claudia Sheinbaum”.
Tan importante aval, por otro lado, es un compromiso de no ceder a las presiones del grupo del ex mandatario incrustado en su administración, el cual necesariamente tendrá que rendirse ante el imperativo del cambio estructural que necesita el país, independientemente de las acechanzas de quien nos quiere anclar en un pasado cada vez más ominoso. La mesa quedó puesta para una relación bilateral de respeto a nuestros intereses. Pero hacernos respetar dependerá de mantener una postura digna, que debe comenzar al interior del sistema; y, sobre todo, que la oligarquía entienda que el Poder Ejecutivo no está para servirlos a ellos. Seguir con esa actitud nos conducirá a escenarios tan absurdos como el de las “limpias” prehispánicas, pero con armas largas operadas por enfermos mentales.